Sueño Federico García Lorca

ODA AL VERANO DE PABLO NERUDA

Verano, violín rojo,
nube clara,
un zumbido
de sierra
o de cigarra
te precede,
el cielo
abovedado,
liso, luciente como
un ojo,
y bajo su mirada,
verano,
pez del cielo
infinito,
élitro lisonjero,
perezoso
letargo
barriguita
de abeja,
sol endiablado,
sol terrible y paterno,
sudoroso
como un buey trabajando,
sol seco
en la cabeza
como un inesperado
garrotoazo,
sol de la sed
andando
por la arena,
verano,
mar desierto,
el minero
de azufre
se llena
se llena
de sudor amarillo,
el aviador
recorre
rayo a rayo
el sol celeste,
sudor
negro
resbala
de la frente
a los ojos
en la mina
de Lota,
el minero
se restriega
la frente
negra,
arden
las sementeras,
cruje
el trigo,
insectos
azules
buscan
sombra,
tocan
la frescura,
sumergen
la cabeza
en un diamante.

Oh verano
abundante,
carro
de
manzanas
maduras,
boca
de fresa
en la verdura, labios
de ciruela salvaje,
caminos
de suave polvo
encima del polvo,
mediodía,
tambor
de cobre rojo,
y en la tarde
descansa
el fuego,
el aire
hace bailar
el trébol, entra
en la usina desierta,
sube
una estrella
fresca
por el cielo
sombrío,
crepita
sin quemarse
la noche
del verano.

domingo, 25 de enero de 2015

EL INVIERNO. SIN ESPERANZA, CON CONVENCIMIENTO. ÁNGEL GONZÁLEZ



















El invierno

de lunas anchas y pequeños días

está sobre nosotros. Hace tiempo

yo era niño y nevaba mucho,

mucho. Lo recuerdo

viendo a la tierra negra que reposa,

apenas por el hielo

de un charco iluminada.

Es increíble: pero todo esto

que hoy es tierra dormida bajo el frío,

será mañana, bajo el viento,

trigo.

Y rojas

amapolas. Y sarmientos…

Sin esperanza:

la tierra de Castilla está esperando

-crecen los ríos-


con convencimiento.



 http://palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php&wid=1172&p=Angel_Gonzalez&t=Cancion_de_invierno_y_de_verano&o=Angel+Gonzalez%22

Cómo aprendí a leer Agnès Desarthe

Cómo aprendí a leer Agnès Desarthe



Nos distribuyen el libro de lectura. Se titula Daniel
y Valérie. En portada hay un niño y una niña.
No conozco a ningún niño que se llame Daniel. A
ninguna niña que se llame Valérie. Tienen un perro
que, según sabré pronto, se llama Bobi. No tengo
perro. La cosa empieza mal.

Aprendo a leer sin darme cuenta. Es tan fácil que
no entiendo por qué nos animan, por qué nos felicitan.
Es lógico, es sonido, música: «B» con «A», «Ba».
Por el contrario, lo que es muy difícil es nuestro
libro.
Nuestro libro de lectura, Daniel y Valérie,
que, en mi opinión, está plagado de enigmas. Los
dos personajes y su perro me parecen muy raritos.
Están mal dibujados. Llevan «suéter». No me cuesta
identificar el fonema «er», pero nosotros, en casa, no
nos ponemos jerséis. No sé cómo es la gente que se pone


suéter. No conozco a nadie, no he visto nunca a
nadie.

Mi ilustración preferida es la de la pastelería. En
el escaparate se ven unos pasteles de chocolate estupendos.
El problema es que el libro no los menciona.
Ese recuerdo data quizás del segundo curso de
primaria del señor Gaufre, que es tan severo que ni
se nos ocurre asombrarnos ni reírnos de su apellido,
que se pronuncia como los gofres. Miro los
pasteles, y, mientras tanto, el señor Gaufre nos anuncia
que vamos a estudiar el sonido «an». El texto,
pues, menciona la panadería. «Panadería» es una
palabra, en mi opinión, mucho menos interesante
que pastel o pastelería.
No tengo ningún problema con la lectura. Tengo
un problema con los libros.
Voy a necesitar más de diez años (lo que, al principio
de una vida, es comparable a una eternidad)
para resolverlo.