11.04.2016 00:26 h.
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El lenguaje cerca la vida. La dota de
sentido, de peso. En cierto modo, es también una lucha contra la marginalidad,
contra el silencio que anula, contra el aislamiento. Es por el lenguaje que la
existencia no es sólo una resonancia interna, un devenir de días, hechos y
pensamientos mudos. Nada termina de ser real si no se nombra. El lenguaje es un
golpe sobre la mesa, un “estamos aquí”, un “trascendemos”, un “intervenimos”.
Agentes por fin en la propia historia y en la del resto. ¿Qué es el ser humano:
lo que desea, lo que hace, lo que piensa? Algo es seguro: a nivel social, el
hombre es lo que dice. Y cómo lo dice.
Luis Castellanos -filósofo e
investigador en el campo de la neurociencia- va más allá. En La ciencia del lenguaje positivo (Paidós) explica
que el lenguaje -consciente, bien elegido- no sólo construye la vida, sino que
es capaz de alargarla. “Las palabras positivas -como alegre, meta, ímpetu-
inciden directamente en nuestra salud creando sistemas de protección en nuestro
cerebro, que es muy plástico. Si las empleamos bien, podemos vivir más años”.
Las palabras positivas -como alegre, meta, ímpetu-
inciden directamente en nuestra salud creando sistemas de protección en nuestro
cerebro, que es muy plástico
La idea de que los términos “optimistas”
-con “buena temperatura emocional”- puedan hacernos más longevos a fuerza de
repetirlos tiene algo de mantra, le digo. O de Ley de Atracción. ¿Por qué es
esto ciencia y no esoterismo, religión o autoayuda? Castellanos se refiere
entonces a la investigación que alumbró su teoría: “El estudio de las monjas”,
del doctor David A. Snowdon, publicada en el año 2001. Consistía en estudiar
qué factores en diferentes etapas de la vida aumentan el riesgo de padecer
Alzheimer u otras enfermedades del cerebro, como, por ejemplo, los infartos.
PEQUEÑAS
AUTOBIOGRAFÍAS
El estudio duró 15 años y en él
participaron 678 monjas que tenían entre 75 y 103 años de edad. Cada una de
estas hermanas aceptó donar su cerebro a la Universidad de Kentucky tras su
muerte. También fueron valoradas anualmente de manera exhaustiva: funciones
cognoscitivas, reconocimientos físicos, exámenes médicos y muestras de sangre
para estudios genéticos y nutricionales. La muestra científica era muy
interesante por su homogeneidad: estas monjas tenían idéntico trabajo,
alimentación y hábitos de ejercicio similares, no fumaban y compartían factores
de riesgo parecidos.
Sin embargo, sus actitudes ante la vida
eran muy diferentes. Cuando el equipo de investigación encontró, en los
archivos del convento, las pequeñas autobiografías que ellas escribieron explicando
sus motivos personales para tomar los hábitos, comenzaron a entender.
Contar es la clave. Cuantas más palabras positivas
expresemos y con más intensidad, más podremos llegar a vivir
Los expertos analizaron entonces sus
escritos, sus contenidos verbales, la densidad de sus ideas, el número de
expresiones emocionales utilizadas y su intensidad, y hallaron que el número de
palabras positivas manifestadas se asociaban a sus datos de longevidad. “Contar
es la clave. Cuantas más palabras positivas expresemos y con más intensidad,
más podremos llegar a vivir”, explica Castellanos. “El cerebro capitaliza la
propensión a experimentar y expresar emociones positivas para construir
momentos más positivos y crear diferentes recursos en nuestra percepción del mundo,
las personas y los hechos, que aumentan nuestro bienestar”. Las palabras
elegidas por las monjas estaban directamente relacionadas con su energía, con
su generosidad, con su altruismo, su emoción y su fe.
Todas las investigaciones sobre el tema
que se han ido desarrollando después -como el estudio de las autobiografías de
88 psicólogos por Pressman y Cohen- avalan la primera. Pidiendo a otras
personas que escribiesen pequeñas cartas de motivación -o algún recuerdo
feliz-, los expertos descubrieron que los porcentajes de palabras que expresan
sentimientos positivos oscilan entre el 2 y el 6%, mientras que en los textos
manuscritos de las hermanas era fácil alcanzar entre el 20 y el 27%.
ESTÍMULOS
PERSONALIZADOS
Palabras con alta carga positiva son
“entusiasta”, “ilusionado”, “anhelo”, “orgullo”, “reír”. En un nivel más bajo,
“satisfecho”, “apacible”, “tranquilo”. Ejemplos de palabras negativas cargadas
con alta activación serían “miedo”, “alertado”, “envidia”. Castellanos explica
que esta división es la básica, porque cada individuo goza de una jerarquía
propia en base a la “relevancia personal” que tenga una palabra en su vida
según su experiencia. Por ejemplo, para alguien a quien le dé miedo el mar, el
término “barco” será negativo; pero para alguien que atesore recuerdos de su
infancia en la costa, será positivo. Los estímulos son personalizados.
“No basta con decir la palabra de
cualquier manera”, recalca el autor. “Igual que el lenguaje escrito
-especialmente, escrito a mano- tiene más poder que el oral, es necesario
‘habitar’ la palabra que se dice, esto es, sentirla, creer en ella, hacerla
física, poseerla”. Castellanos, que ha trabajado con figuras del deporte como
el entrenador de tenis Toni Nadal, los motoristas campeones del mundo Nani Roma
y Marc Coma, además de con empresas como Repsol, Kellog’s o Mcdonald’s, cuenta
que nuestra ocupación -nuestra profesión- nos ha encerrado en una marmita
concreta del lenguaje. “Es diferente ser profesor, ser periodista, ser
político, ser artista… ese entorno nos ha hecho asumir un lenguaje que no
controlamos. No tenemos consciencia de él y se vuelve en contra de nosotros: lo
hemos universalizado y hemos caído en la trampa”.
El lenguaje escrito -especialmente, escrito a mano-
tiene más poder que el oral. Es necesario ‘habitar’ la palabra que se dice,
esto es, sentirla, creer en ella, hacerla física
Las investigaciones científicas han
demostrado que el carácter o la predisposición optimista o pesimista de una
persona viene determinada en un 50% por el código genético que hemos heredado.
Otro 30% de nuestra actitud está condicionada por el ambiente, la cultura o la
educación que también hemos heredado a través de la epigenética. “Nos queda un
pequeño pero valiosísimo 20% para interactuar con el entorno y cambiar en la
medida de lo posible unas cartas mal dadas por el determinismo genético”,
sonríe Castellanos.
Pero ¿cómo llevarlo a la práctica en una
sociedad que desconfía de los discursos agradables o muestra prejuicios ante
las palabras positivas? “Lo importante del lenguaje positivo es que tiene un
empuje hacia mi propia energía, sí, pero también activa la energía del otro.
Nos hace confluir”.
LITERATURA
¿POSITIVA?
“Manuel Martín Loeches, nuestro director
científico, lo prueba con estudiantes a través de un ordenador, para que no
haya una voz con carga emocional. Les suelta palabras negativas, positivas y
neutras, y ellos tienen, con puntos de diferentes colores, que identificar cuál
es cuál”, relata el autor. “En el 100% de los casos, el tiempo de reacción a
una palabra positiva es mejor que en la negativa o la neutra”, relata. En el
libro aparecen variados ejemplos: en 1996, John A. Bargh y sus colaboradores
publicaron un experimento realizado con estudiantes de 19 años de edad. A los
de un grupo se les pidió que formaran frases con cuatro de las cinco palabras
de un conjunto como, por ejemplo, “amarillo”, “lo”, “encuentra”,
“instantáneamente”.
Al otro grupo se le ofreció un conjunto
de cinco palabras asociadas al concepto de ancianidad (sin hacer referencia
directa a ella), como “naranjas”, “temperatura”, “arrugas”, “gris”, “cielo”,
“está”. Una vez concluida la tarea, se les pidió a los jóvenes que fueran de un
despacho a otro a realizar el otro experimento, a una distancia lo bastante
grande par medir los tiempos de desplazamiento. Se demostró que los jóvenes que
habían construido la frase con palabras asociadas a la vejez tardaron más
tiempo que los demás en recorrer la misma distancia. Este experimento se conoce
como “Efecto Florida”.
Aunque las palabras sean negativas, si en su conjunto
te conducen a un lugar apasionante, el cerebro las recibe como positivas
Le pregunto a Castellanos si el empleo habitual de estas palabras
positivas no iría en detrimento de la literatura o de herramientas agudas del
lenguaje, como la ironía. ¿Y si hay palabras negativas que, ordenadas con
estilo y en base a un